miércoles, 9 de marzo de 2016

EL ROCE DE OTRA MANO

Laura García del Castaño

El roce de otra mano

“El animal no domesticado”
(Pan Comido/Gráfica 29 de mayo, 2014)
de Laura García del Castaño

Por lo general nuestros muertos son justamente eso, nuestros: personas cercanas, algunas amadas, seres que nos acompañaron durante algunos años en nuestra vida y que al cabo partieron, dejándonos más solos, sí, pero también quedando en nuestro corazón, en nuestro recuerdo. Un vínculo afectivo nos los acerca, pese a la ausencia. Por cuestiones circunstanciales, Laura García del Castaño trata con muchos muertos: su puesto en una casa de servicios fúnebres la lleva a relacionarse, jornada tras jornada, con innumerables cuerpos de desconocidos. Quizá sean miles los seres que pasaron por sus manos, bajo su mirada; en todo caso, dicha cotidianeidad alimentó su reflexión y su poesía al punto de haber publicado un libro de versos en que se tematiza el mundo de los que ya no son, clásico, por lo demás, en la poesía de todos los tiempos.

El animal no domesticado (2014) comienza con un poema elaborado mediante la técnica del collage. Es una lista de las frases que se pueden oír en todo velatorio (“Dejó de sufrir”; “Una mesita para el pastor”) y que podrían multiplicarse hasta el infinito. Mechadas con ellas, otras pocas, en cursiva, dichas como desde cierta interioridad, desde cierta dicción elevada (“Alguien sopla en la ceniza de un fuego posible”, pág. 9). Aquello de lo que nada sabemos (la condición de estar muerto) y que llevaría a callar sin más, se enfrenta a todo lo que nos decimos para consolarnos (frases triviales, a veces míseras: “Que ni se le ocurra caer”, pág. 10), pero se enfrenta también en este caso a lo que el poeta, lo interior del hombre, puede todavía cantar. Así, lo que eran escasas apariciones de frases “espirituales”, en cursiva, se multiplican en poemas a lo largo del resto del libro.

Laura García del Castaño escribe frases sin mayor aparato retórico, en verso libre, sin puntuación (a no ser comas, y al interior de un verso, en el caso de enumeraciones). Marcadamente ordenadas (en sentido gramatical, esto es, sujeto, verbo, predicado), lo que eleva el tono de estos poemas es la imagen inesperada, novedosa (“Rasuro la oscura belleza en el pelo blanco / mientras él sueña el roce de otra mano”), y, junto a ello, la apretada sucesión de las mismas, llegando en varias ocasiones a cierto vuelo poético cercano al del esplendor imaginativo de poetas como Olga Orozco.

Hay temas que se presentan en más de un poema, como el de la ceguera y el del cazador y la presa. En el poema en que una ciega lee un libro del yo lírico (pensamos inevitablemente en la Laura real) dice que toma el libro como si fuera “algo frágil y feroz” (pág. 23). Estas conjunciones de adjetivos disímiles son frecuentes en la poeta: “la vitalidad del niño perfecto y asesino” (pág. 12); “Considérate máscara, considérate sueño / considérate hábito” (pág. 56). No es que trabaje exactamente con el oxímoron, sino que, luego del primer elemento, la poeta anexa otro de un terreno totalmente inesperado, heteróclito, a la vez que fatal. Eso hace al gusto --al extrañamiento, a veces sobrecogido, también-- del lector.

Laura García del Castaño nos presenta una visión dolorosa y quizá salvaje de nuestro mundo, del espacio en que vivimos. La muerte habita cada uno de nuestros gestos. Que dejemos de verla no obsta para que, en última instancia, estemos de continuo a su merced, en mayor o menor grado. Domina sobre nosotros, y al parecer lo seguirá haciendo: los poderes de la ciencia y la civilización nada pueden contra ella. Quizá sea ella quien termine de dar sentido a la vida, su otra cara, cosa que ha sido entrevista desde hace mucho, mucho tiempo, cosa que en su última edad, la de la técnica, la humanidad olvida o niega. Como dice la poeta, “Lo real va por detrás de la visión / y la visión por detrás del sueño // El sueño es / inalcanzable” (pág 52): nuestra corta visión (nuestra ceguera) se ilumina con la de la poeta, que va tras del sueño, ese estar entre dos mundos, ese puente entre la tierra de los vivos y la de los muertos.

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